Hacer de España un todo (I)

El éxito o fracaso del cambio político de Mariano Rajoy después de obtener un mandato claro de mayoría absoluta en las urnas, va a depender de hacer de España un todo como modelo de liderazgo y gestión. El cambio es una oportunidad para España, en medio de un clima dominado por la crisis, adversidad, y escepticismo en la población española y en toda Europa. [Ver artículo España necesita un giro de 180º]

A Rajoy le bastaría aplicar el principio y el modelo de ‘España como un todo’, en toda la acción de Gobierno, a todos los niveles y en todas las políticas. Este cambio supondría un giro de 180 grados sobre el modelo de crisis en el que Zapatero y el socialismo han metido a España, creando graves problemas añadidos a Europa.

En una realidad global, por su propia naturaleza y configuración, cuando las partes empiezan a dominar el todo, el sistema entra en crisis. Por el contrario, cuando las partes se desarrollan en relación con lo que representa el todo, se potencian a sí mismas, y fortalecen el sistema en el que se sustentan y operan. Es donde está la diferencia entre el éxito y el fracaso.

El modelo de Zapatero ha consistido en hacer de la parte el todo. Es la lógica del sectarismo político. Ha hecho que la política española dependa de los grupos más radicales y minoritarios, de las minorías nacionalistas, y de las autonomías en función de su color político y pactos partidistas. La crisis se ha extendido por todo el sistema, afectando a todas las instituciones, medios públicos, sectores privados, grupos sociales. El resultado es su herencia: una nación descompuesta, y una crisis institucional y social sin precedentes desde la restauración democrática de 1977, que tiene en los cinco millones de parados el mayor exponente y drama humano.

Cumplir con el mandato de la mayoría

Hacer de España un todo supone en la práctica poner en valor cada cosa en proporción a lo que son y representan. Empezando por el Parlamento y el Gobierno de la nación.

Si el PP ha conseguido en las elecciones del 20 de Noviembre la mayoría absoluta del 44,62% de representación, y el PSOE casi 16 puntos menos, los comunistas de IU no han llegado al 7%, y UPyD ha conseguido el 4,7%. Todos los demás -excepto CiU, que ha llegado al 4,17%- están por debajo del 1,5%, y para poner en valor España como un todo y el gobierno de la democracia, la nueva mayoría popular tiene que ajustarse a este mapa. De lo contrario, ni se pone en valor la nación, ni la democracia, ni los intereses generales, ni se cumple con el sagrado mandamiento de que todos los ciudadanos son iguales en derechos y deberes.

El PP tiene que hacer real lo que es una realidad constitucional, social e institucional: por mucho que representen unas minorías separatistas y nacionalistas en sus comunidades, en el parlamento representan una parte proporcional de la nación. De lo contrario es subvertir el orden democrático

De igual forma, si en los medios públicos, financiados con el dinero y esfuerzo de todos los contribuyentes, se sigue dando más valor a las minorías separatistas que a los que tienen mayor representación; si los empresarios grandes, pequeños, autónomos, y colegios profesionales, siguen siendo menos importantes que los sindicatos políticos que carecen de representación social conocida (porque no hacen transparente sus ingresos por cuotas de afiliados); si las instituciones públicas nacionales de todo orden son inferiores a las autonómicas, entonces, el cambio fracasaría.

Ordenar la nación y la democracia

Soy un defensor del sistema autonómico español, como modelo. Porque en sí mismo, representa un beneficio para las partes y para el todo que es la nación, y la democracia liberal, que es la que ordena la constitución española. Pero por buenos que sean los sistemas, si se utilizan mal producen el efecto contrario. España ha tenido éxito cuando se ha utilizado bien el sistema autonómico y ha fracasado cuando el mismo sistema se ha utilizado al revés.

Un Estado autonómico tiene sentido si las competencias autonómicas que se delegan a las comunidades favorecen la igualdad de todos y mejoran los servicios, bienestar, y calidad de vida. Las autonomías no suplantan ni sustituyen al Estado, son delegadas y representan el poder y autoridad del Estado. Hacer lo contrario, insisto, es subvertir el orden, y ningún gobierno ni parlamento nacional puede admitir tal cosa porque representa la soberanía nacional, la de todos y cada uno. Y si lo admiten, entran en crisis.

Por tanto, el cambio en España y su influencia favorable y constructiva en Europa, tendrá éxito si los nuevos gobernantes tienen una visión global y ponen cada cosa en su sitio y en la proporción exacta de lo que son y representan.

El todo es España como nación y liderazgo, la parte son cada una de las autonomías con independencia de quien las gobierne, y las influencias de cada grupo de cualquier significado deben ser valoradas en función de lo que representan en relación con el conjunto, que es el todo.

La virtud del buen gobernante democrático

En la política existe una lógica no lineal, mediante la cual se llega a presentar como natural lo más enrevesado, absurdo y contradictorio, en función de variables de poder y circunstancias coyunturales o de oportunidad. O por factores humanos en la personalidad de quienes gestionan las situaciones. Pero esto en la realidad global está resuelto científicamente, mediante la lógica de la complejidad.

El hecho de que las cosas y problemas sean complejos, no quiere decir que pierdan su sentido lógico. Y en una realidad global como la que vivimos, políticamente la nación es el todo, porque es lo que representa el conjunto de todos y de cada uno.

La virtud del buen gobernante democrático está en hacer de su éxito el éxito de la nación, porque su éxito se debe a la confianza que en él ha depositado la mayoría de la nación.


El cambio político y el futuro de España


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