Cambiar la Constitución de 1978 es una locura tal y como definió la historiadora Barbara Tuchman los procesos marcados por la perseverancia en el error político de los gobernantes en su obra The March of Folly.
La Constitución española ha servido para que el parlamento nacional rechace en dos ocasiones y por mayoría abrumadora los intentos secesionistas vasco (proyecto Ibarreche) y catalán (proyecto Mas). Hechos que evidencian el valor de España como Estado-nación y miembro de la Unión Europea.
El Estado-nación es la forma de Estado que da lugar a la constitución de la Unión Europea. Cualquiera que lea el texto constitucional europeo comprobará que la UE está constituida por estados-nación y que no cabe otra cosa. No solamente se establece en el documento constitucional aprobado en 2003, sino en sus referencias históricas a tratados precedentes como el de Roma o Maastricht.
Entonces, ¿qué sentido tiene destruir la Constitución española de 1978 para hacer otra de futuro incierto? ¿Por qué hay tantos laboratorios institucionales, políticos y jurídicos trabajando en este supuesto, que para algunos ya es un proyecto de futuro en su agenda política?
La Constitución que ha proporcionado mayor estabilidad y libertad a España
La Constitución española fue respaldada en el referéndum de 1978 por el 89 por ciento de los españoles. Gracias a la Constitución el Congreso de los Diputados rechazó el martes pasado por el 85% por ciento de los votos la ruptura de la soberanía española demandada por la autonomía de Cataluña, como en 2005 rechazó con el 89 por ciento de los votos el plan independentista vasco de Ibarreche. [Ver imagen de la portada de El País del 9/4/2014: ‘La Constitución frena la consulta‘]
Al mismo tiempo hay que poner de evidencia que el anterior presidente socialista, José Luís Rodriguez Zapatero, ya solicitó al Consejo de Estado un dictamen sobre modificaciones de la Constitución española. Las conclusiones a las que llegó este organismo al valorar lo que representaba, se sintetizan en el siguiente párrafo de la página tres de su informe de enero de 2006:
La Constitución de 1978 es la que más estabilidad auténticamente democrática ha proporcionado a la España de los dos últimos siglos.
Si a todo ello se le añaden las valoraciones públicas que se han hecho estas últimas semanas por parte de todos los líderes políticos e instituciones tras la muerte del ex-presidente Adolfo Suarez, calificando la Constitución y la transición democrática como lo mejor que le ha pasado a este país en términos democráticos, progreso y libertades, hay que seguir preguntándose sobre el sentido que tiene sustituirla por otra.
¿Por qué si la Constitución de 1978 ha sido un acierto hay que caer en el error de sustituirla por otra que ya se da por seguro que obtendría menos apoyos políticos y de la población, y cuyo proceso resquebrajaría la nación y a sus instituciones?
Los argumentos para cambiar de Constitución
No hay un solo argumento de los que se utilizan para justificar un cambio constitucional que garantice una mejor Constitución que la que tenemos.
El PSOE habla de una nueva constitución federal. El mismo partido que exigió del modelo autonómico el “café para todos” forzando el referéndum andaluz el 28 de febrero de 1980, para igualar las autonomías a las de perfil nacionalista (vasca y catalana) ahora propone una constitución federalista para contentar a los independentistas vascos y catalanes, cuando el federalismo es exactamente lo contrario al nacionalismo independentista. Los nacionalistas no quieren ser una federación del Estado, quieren ser un estado independiente, y romper la nación a la que pertenecen.
Hay otros argumentos que se barajan en este debate como son los que aducen la necesidad de una nueva constitución adaptada a los nuevos tiempos y circunstancias, sin plantear con una mínima solvencia y precisión cuales son estos pasos, cambios, y resultados. ¿Van a ser los resultados mejores a los que ha producido la Constitución de 1978, o es todo una aventura de correr en esa dirección sin saber a donde nos lleva?
La locura de cambiar de Constitución está en abrir un nuevo proceso constituyente que no garantice ni los apoyos ni el éxito que ha tenido la actual durante 36 años, que ha sido el mejor periodo de la historia de España en bienestar y libertades, y que ha sido modelo de referencia mundial como transición pacífica de la dictadura a la democracia.
Por qué la ruptura del Estado-nación conduce al desastre
Lo lógico y razonable de quienes creen en la democracia liberal que representa esta Constitución, por muchos defectos que tenga, es precisamente fortalecerla.
No se trata de hacer una nueva Constitución, sino de fortalecer la que tenemos. Basta con tener visión, inteligencia y liderazgo político para comprobar que el éxito de España está en competir globalmente con los países que partiendo de ideologías, sociedades e historia distintas, tienen como denominador común la fortaleza del Estado-nación. El ‘si’ de Rajoy al Estado-nación
Ninguno de los veinte países que lideran el mundo en el campo político, militar, industrial, conocimiento, ciencia y tecnología, se cuestionan esa premisa. Por el contrario, lo consideran su principal valor.
Hoy más que nunca se pone de manifiesto que ha fracasado la teoría del libro de Kenichi Ohmae, El fin del Estado nación (1995) que tanto eco tuvo cuando se publicó en 1995. Por una razón lógica: el crecimiento de las economías regionales no pueden sustituir el modelo de Estado-nación. Son partes de un todo. La ruptura del Estado-nación conduce al desastre.
La Constitución española puede modificarse para fortalecerse, sin necesidad de sustituirla por otra. Ya lo ha hecho. En Septiembre de 2011 el Congreso modificó la ley de leyes incluyendo el principio de estabilidad presupuestaria con el apoyo de 316 votos y solo cinco en contra. Es la evidencia de que cuando se quiere, se puede.
En el gobierno de las naciones no hay mayor acierto que prevenirse de los errores, y no cabe mayor locura que perseverar en ellos.
AS © 2014
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