Desde hace tiempo en el debate político y mediático se ha instalado la figura del diálogo como una categoría superior. El diálogo como un fin en sí mismo.
Si no dialogas con tus oponentes o enemigos eres el malo de la película. Hasta los terroristas de ETA enarbolan el diálogo como una baza política. El propio mensaje del ex-presidente socialista José Luís Rodriguez Zapatero para pactar con los terroristas fue hecho en nombre del diálogo asociado a la paz.
¿Pero que esconde en la práctica este mensaje que hace que algo tan propio y elemental en la comunicación humana como es el diálogo se convierta en un mensaje político de valor absoluto?
El secreto mejor guardado de este mensaje es su apariencia inocua. ¿Qué tiene de malo dialogar? ¿Quién puede estar en contra del diálogo?
Dentro de su apariencia inocua en la práctica este mensaje tiene un doble y perverso objetivo que responde a un diseño muy elaborado para subvertir el orden de las cosas y del propio sistema de valores. Si antepones el diálogo a los valores, haces del diálogo un fin y reduces los valores a un medio y recurso transaccional. Los principios y valores son negociables.
El diálogo como arma antidemocrática
El mensaje del diálogo en términos políticos esconde la maldad de hacer creer que la libertad y el totalitarismo en cualquiera de sus formas, incluidas las de apariencia democrática, son conciliables. Pero no lo son. Europa sucumbió a la gran tragedia de la segunda guerra mundial por querer las potencias europeas dialogar y apaciguar el totalitarismo de Hitler. Las advertencias de Churchill desde su escaño del parlamento de Whitehall contra el diálogo con Hitler no fueron atendidas y se produjo el desastre.
En términos políticos el diálogo es un arma estratégica. Los mismos que hoy reclaman diálogo al gobierno popular en España, cuando gobernaban ellos firmaron el pacto del Tinell (2003) que declara abiertamente una estrategia común para impedir que el PP pudiese gobernar. [ver imagen de la derecha]
Un pacto antidemocrático que conviene recordarlo literalmente para saber de que diálogo hablamos: ”Los partidos firmantes del presente acuerdo se comprometen a no establecer ningún acuerdo de gobernabilidad (acuerdo de investidura y acuerdo parlamentario estable) con el PP en el Govern de la Generalitat. Igualmente estas fuerzas se comprometen a impedir la presencia del PP en el gobierno del Estado, y renuncian a establecer pactos de gobierno y pactos parlamentarios estables en las cámaras estatales”.
Estos partidos firmantes fueron los socialistas, comunistas y nacionalistas. Por si fuera poco, el actual presidente de la generalidad de Cataluña, Artur Mas, fue al notario acompañado de las televisiones y fotógrafos a firmar un documento por el que se comprometía a no pactar con el PP (2006). Es la misma persona que hoy pide diálogo al gobierno del PP nada menos que, siendo un representante del Estado, para romper España mediante un proceso de secesión.
Al mismo tiempo que el gobierno socialista dialogaba un pacto con los terroristas de ETA negaban cualquier diálogo con la oposición democrática de centro-derecha que representaba media España. Estas imágenes fijas hay que guardarlas en la retina, porque hacen percibir muy visualmente la realidad que esconde el mensaje del diálogo.
A los enemigos de la democracia liberal se les distingue porque utilizan mensajes de apariencia inocua para inocular ideas que contaminan su sistema. Para corromperlo y debilitarlo. El mensaje del diálogo es uno de esos prototipos.
En democracia el diálogo para fortalecer su sistema es una de sus virtudes, pero el diálogo para debilitarla o destruirla es una de sus principales amenazas.
AS © 2014
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