Ante las dificultades y frente a un clima de desánimo, Winston Churchill solía mascullar para sí: “Perseverar, perseverar, perseverar”. Por eso en uno de los despachos con el primer ministro, y al advertir en este un cierto desánimo ante uno de los problemas, el Rey supo elegir sus palabras: “Persevere Winston, persevere”.
Esta era una de las grandes virtudes que encontré en el diplomático israelí Samuel Hadas desde que le conocí al llegar a España a mediados de los años ochenta del pasado siglo con la misión de establecer relaciones diplomáticas entre los dos países, y resolver así lo que en términos políticos se llamaba una ‘anomalía’.
Lo tengo en la memoria, porque la noticia coincidió con mi 35 cumpleaños, y era un hito en la historia de la Transición democrática española a la que dediqué tres libros, y que relaté en mis análisis diarios que durante más de veinte años se publicaron en más de treinta periódicos de toda España.
Fue el 17 de Enero de 1986. “El reconocimiento diplomático de Israel por parte del Gobierno español es un gesto histórico. Como miembro de la Comunidad Europea, España no podía mantener por más tiempo la falta de relaciones diplomáticas con Israel”, escribí (La Vanguardia, 18-1-1986).

Artículos de Antxón Sarasqueta publicados en La Vanguardia (1986)
Samuel fue justamente nombrado primer embajador de Israel en España, y él lo ha recordado así: “El 17 de Enero de 1986 llegó a su fin un largo y laberíntico recorrido que se prolongó durante treinta y ocho años, sellándose un capítulo fascinante de la historia diplomática de ambos países”. Dejándolo escrito en el primer documento publicado en la ‘Colección Testimonios’ por la Fundación Transición Española, titulado: “Un legado para la Transición: Israel”.
Samuel Hadas y la Transición española
Hace unas fechas falleció Samuel, y el 20 de Septiembre fui invitado por la Comunidad Judía de Madrid a rendirle homenaje junto a su esposa Lea e hijos. Cuando les abracé, sentí esa doble sensación de dolor y pesar por haber perdido al amigo, y al mismo tiempo de alegría al comprobar que su obra humana, personal, y política, era reconocida y elogiada de forma compartida también por amigos, personalidades y autoridades españolas hasta hoy mismo.
Cuando uno se va haciendo mayor aprecia mucho más las palabras, actitudes y presencias, que trascienden a las circunstancias y episodios de los momentos, para quedarnos con el fondo de lo que valoramos y sentimos del ser que es, y lo que con él hemos compartido. En este aprecio no solo hay mucho de humano, sino también de una relación intelectual compartida. (Ver artículo “Elogio de la amistad”)
En el caso de Samuel ocurre además que no tengo eso que se llama “ni un mal recuerdo”. Todo los recuerdos son buenos. Durante su presencia diplomática en España, como embajador de Israel en el Vaticano a continuación, y después durante sus visitas a España en las que nos veíamos para conversar de todo lo que podía tener interés.
Pero ¿por qué asocio a Samuel con la virtud de la perseverancia? Primero porque conocí bien como en el día a día de lo que él llama “largo y laberíntico recorrido” del establecimiento de relaciones diplomáticas con España, no dejó de perseverar en su misión última, superando obstáculos de toda índole. Segundo, porque una vez logrado y nombrado embajador, no se echó a la bartola.
El episodio del Club Siglo XXI
Un botón de muestra: a los tres meses de la firma del establecimiento de relaciones en La Haya, asistí a un almuerzo-coloquio con él, organizado en el Club Siglo XXI, y no ocultó que el primer objetivo expresado por los jefes de Gobierno Simón Peres y Felipe Gonzalez, de llenar de contenido la agenda de las relaciones entre ambos países, no se cumplía.
El embajador Hadas explicó las buenas posibilidades que se abrían en el capítulo económico, añadiendo que, sin embargo, en el contenido político las relaciones eran “casi nulas”. Jugaba sus bazas con destreza, conociendo las presiones e influencia que estaban ejerciendo los países árabes sobre España. Sin perseverar no se avanza, y recordó que el sentido de las nuevas relaciones era “llenarlas de contenido” para el bien de ambos países.
A este respecto tengo que resaltar un dato final de Samuel: estando al servicio de Israel, nunca le vi obrar contra los intereses de España. Sabía que el interés de ambos países estaba en el beneficio mutuo, y eso demostraba su inteligencia y sabiduría.
No se entiende el éxito de la Transición democrática española sin valorar pasos históricos como el que representó el establecimiento de relaciones con Israel en el contexto de aceptación y apoyo a España desde los poderes y democracias occidentales. Tengo muchas pruebas personales de ello a todos los niveles y de los principales actores en distintas partes del mundo.